A veces el camino es un simple sendero de tierra apisonada que, en ciertos lugares, el viento ha borrado. En otras ocasiones, es una amplia calzada, asfaltada cuidadosamente. A veces es pedregoso y a veces es llano. A veces es fácil de seguir y a veces cansado.
Pero yo sigo adelante sin vacilar y sin sentir mi ánimo decaer. No tengo constancia del paso del tiempo pero, tras un largo caminar, avisto las puertas de una gran ciudad. No bien la he alcanzado, empieza a llover. El monótono tintinear del agua contra el empedrado de la calle resulta desagradable a mis oídos, embotados del silencio de la calle. Me siento como si fuera la última persona sobre la faz de la tierra, ilusión rota por el lejano llanto de un bebé. El viento, perezoso, remueve ligeramente las hojas de los árboles, mandando gotitas heladas en todas direcciones que se entremezclan con la lluvia. El sonido de mis pasos sobre los adoquines produce un curioso contrapunto con el borbotear del agua que, en pequeña cascada, cae del caño de una vieja iglesia.
Por fin avisto la salida de la ciudad, enmarcada por un ceñudo arco que atentamente me vigila mientras que me alejo del opresor sonido de la lluvia en la piedra. Progresivamente, este es sustituido por el tintineo de la lluvia sobre la jugosa y fresca hierba que rodea el camino.
Nuevamente el sendero se extiende ante mí, parece saludarme con la alegría del reencuentro con un viejo amigo y yo, sin más dilación prosigo mi viaje. Cruzo verdes valles, escarpadas montañas, agrestes parajes. Exuberantes bosques, cantarines arroyos, lúgubres pantanos. Y a pesar de que el camino a veces es de tierra apisonada y a veces una amplia calzada, a pesar de que en ocasiones es pedregoso y otras veces es llano, aunque en ocasiones es fácil y otras veces es difícil, avanzo sin temor y sin vacilar, sin sentir mi ánimo decaer. A fin de cuentas, es mi propio camino y, ¿Quién sabe qué maravillas me esperan al final?
Kira =^.^=
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