Lo teníamos todo. Las largas y
calurosas tardes de verano, en un banco sentados, con una bolsa de patatas
fritas, hablando de cambiar el mundo, de amor, de poesías de Neruda, de besos de verdad, de proyectos, de
tonterías y bromas. Las cortas y frías tardes de invierno, en un banco sentados
muy juntos, hablándonos sólo con la mirada. Las tardes con sabor a cereza, las
tardes con sabor a vainilla y a chocolate, tardes de piscina, de paseos, de
parque, de sorpresas, de feria, de tiendas, de cine, de ilusiones e
impaciencia. Lo teníamos todo y no quedó nada, el error cometido que lo destruyó todo
fue implacable.
Y las tardes siguieron, pero ya
no había dos almas sentadas en cada banco que se encontraban. Pero al menos
teníamos las letras. Sólo nos quedaron las letras.
Sólo me quedaron las letras y la
promesa de un futuro mejor, de nuevas tardes para la memoria. Y ahora ya no me
queda nada, me lo has arrebatado todo.
Ya no me queda nada, ni siquiera las
letras, nuestras letras.
Kira